«Estudió durante un rato el pincel. Su padre se lo había dado cuando tenía cinco años y empezaba a jugar en el taller. Lo había hecho expresamente para ella, de madera de roble y pelo de caballo para que durase mucho tiempo. Aprendió a limpiarlo y cuidarlo antes incluso que a pintar. Ahora se notaba desgastado, aunque si lo cuidaba aún le quedarían unos cuantos años de vida. Rozó el papel que tenía delante. Era áspero y basto, suficiente para lo que ella necesitaba. »
[...]
« La hoja del cuchillo que Bernardetta sostenía entre sus manos atraía su mirada. Cuando lo cogió de la cocina, el filo brillaba. A solas, en su habitación, el acero parecía absorber toda la luz del sol que entraba por la ventana. El mango, de marfil y con ornamentación delicada, se notaba firme. »
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