lunes, 27 de junio de 2022

Pescadores (relato)

 (Este relato tiene como base «Pescadores»)


—En la fosa tres hay destellos verdes esporádicos.

—Al norte del muro todavía no vemos nada, señor.

—Aquí el vigía de fauna. Los cachalotes han escapado de la zona siete. No se distinguen brillos pero sí migraciones de bancos pequeños y grandes.

—En el arrecife no hay movimiento. Repito, no hay movimiento.

En la sala del Mando Marino, el comandante Ton’O recibía las comunicaciones telepáticas de sus vigías y trasladaba la información al mapa que tenía delante. Era una reconstrucción con sus fosas, montes y arrecifes. En el centro se situaba un círculo amurallado que protegía la ciudad submarina de Yreley. A su alrededor había doce zonas de protección que debían controlar. Tropas de tres ciudades ya habían tomado posiciones, y el ataque estaba cada vez más cerca. Flotó alrededor de la mesa tallada en piedra. Aquello no pintaba nada bien. Pasó una mano sobre la fosa tres, el área se iluminó y esparció piedras color esmeralda por su superficie. Reflejaban la luz del globo luna que dominaba la sala.

¿Cómo habían llegado a esa situación? El coronel Sula llevaba semanas enviando emisarios a las diferentes ciudades para tratar de calmar los ánimos. Habían devuelto solo sus colas carmesí. No quería imaginar las torturas a las que podrían haberlos sometido antes de… Antes de aquella barbaridad. Ahora la guerra se cernía sobre la maravillosa Yreley, que quedaría reducida a unas simples ruinas si no podían detener aquel sinsentido.

 —Hay movimientos de delfines en la zona doce, parece que una cría se ha quedado rezagada.

—Señor, no hay rastro de los escualos habituales.

—Una barca de la superficie ha atacado al delfín, se ha sumergido un humano.

—¡Vemos destellos púrpura al norte! Parecen miles de…

—¡En la zona siete también son púrpura y…!

—¡Silencio! —transmitió el comandante con un grito mental que sorprendió a los vigías—. ¿Qué es eso de los humanos?

—Se han metido en nuestras aguas de nuevo, señor. Cada vez están más delgados, no deben tener mucha comida con la huida de los bancos de peces.

—Me da igual las reservas que tengan. ¡Traed a esos asesinos!

La furia lo recorrió de pies a cabeza como una violenta erupción volcánica. Agarró un arpón de combate con sus poderosas garras, hinchó los músculos y, con un rugido, partió el arma por la mitad. El agua a su alrededor se calentó varios grados mientras golpeaba las paredes de la sala. ¡Ellos! ¿Cómo se atrevían a aparecer ahora? ¡Todo lo que tocaban lo destruían! Un desastre de la naturaleza, eso eran, y arrastraban la ruina por donde pasaban.

Absorbió agua en grandes cantidades y lo expulsó por las branquias a los lados de su enorme cuello. El aporte de oxígeno pareció calmarlo un poco, y se apoyó en el mapa. Con su inconsciencia, habían provocado aquella guerra. Humanos de centenares de islas esquilmaban la fauna marina sin ningún control. Yreley había salido en su defensa, tratando de evitar que fueran borrados del mundo. «Debían ser educados, no exterminados», había dicho el general Sula. Todas las ciudades habían enviado representantes de los Fondos a la superficie. Solo volvieron las cabezas, arrojadas al mar con el resto de su porquería: no eran más que basura para aquellos bárbaros. El resultado había sido la guerra. Como defensores de los terrestres, la derrota de su ciudad era necesaria antes del gran ataque a los poblados humanos.

Su amada Seyndara había ido en uno de los primeros grupos de embajadores. Se habían despedido con un abrazo y una sonrisa, y ahora no volvería a ver brillar sus ojos cuando se ocultaban bajo el arrecife, no volvería a sentir su risa recorrer su mente mientras saltaban con los delfines, no volvería a acariciar su piel sedosa y sus iridiscentes escamas. Los humanos habían asesinado al amor de su vida y él había gritado de dolor en los brazos de Sula.

 —Los tenemos, comandante. Los llevamos en una burbuja hacia el palacio.

—Bien. Me encontraré con vosotros por el camino.

 Ton’O se concentró y enlazó con la mente de Sula.

 —Siento molestarle, general.

—Dime, Ton’O, ¿cómo avanzan las tropas enemigas?

—Han ocupado ya las zonas tres, siete y doce. En el arrecife no se mueve nada, así que suponemos que también dominan la zona cinco.

—Es el momento. Voy a organizar la evacuación a los búnkeres de la ciudad para la población civil.

—Tenemos algo importante que comentar. Han encontrado a dos humanos en el área doce cazando una cría de delfín. —Ton’O trató de contener su dolor, aunque sabía que en las transmisiones telepáticas los sentimientos se filtraban sin control.

—No podemos perder el tiempo con eso ahora. Entiendo tus sentimientos. Tráelos y zanjemos este asunto de una vez por todas.

 El comandante abandonó la sala de Mando y nadó veloz hacia el palacio y los humanos. Mientras se aproximaba pudo ver las filas de sirenidae que se dirigían hacia la seguridad bajo tierra. Las escamas relucían bajo la luz de cientos de globos lunares que iluminaban las calles de la ciudad. Malva, oro rosa, turquesa: una infinita paleta de colores refulgía con fuerza, y destacaba contra la oscuridad del fondo que se apreciaba apenas a unos cientos de metros. El dolor por sus vecinos lo atravesaba como una lanza. 

—Se están despertando, Ton'O.

—Ignóralos.

 Los humanos se desperezaron despacio y miraron a su alrededor. El hombre abrió mucho los ojos y trató de mirar en todas direcciones al mismo tiempo. Se arrastró hasta que su espalda topó con el borde de la burbuja en la que estaba recluido junto a la mujer, que aparentaba estar más calmada. Y los dos lo vieron.

La burbuja se detuvo junto a una inmensa estatua, casi tan grande como el palacio que había detrás. La parte inferior de su cuerpo se componía de cientos de tentáculos entrelazados, mientras que la parte superior era la de un hombre musculoso. La furia en la mirada que se fijaba en ellos, la boca entreabierta mostrando unos enormes colmillos, las manos como garras que sujetaban lo que parecían víctimas aplastadas y a medio devorar: todo eso vieron los humanos, que se abrazaron y comenzaron a llorar de puro pánico.

 —Ya han llegado, general. Están esperando junto a la estatua de Can'Tel —envió Ton’O.

—Bien. Cuanto antes terminemos con esto, antes podremos volver a nuestras tareas urgentes. Ocúpate de traerlos a mi sala —transmitió Sula, desde detrás del escritorio. Mientras esperaba, se volvió para mirar por el ventanal.  De todas las ciudades al este de la Fosa, aquella era la menos poderosa, su estructura mostraba su obsesión por la defensa, siempre temiendo un ataque.

 —Señor, sus «invitados» lo esperan.

 Cuando llegó el coronel los encontró esposados. Un hombre y una mujer, dentro de una burbuja terrestre que les permitía sobrevivir allí abajo. El comandante Ton’O estaba a su lado, agarrando con fuerza un arpón, junto a varios escoltas.  

—Ton’O, quiero que seas tú el que hable con ellos.

 El comandante, con una mueca de asco, se puso un casco burbuja con un comunicador incorporado. La gente de la superficie era tan primitiva que todavía se comunicaban mediante sonidos. Los estudiosos de la Época Terrestre aún no se explicaban cómo habían podido sobrevivir tanto tiempo con una tecnología tan rudimentaria. En los Fondos dominaban la telepatía hacía siglos, no había otra forma de comunicarse bajo las aguas.

 —Terrestres, habéis llegado en mal momento —rugió a través de los altavoces de la burbuja. Los humanos se sobresaltaron.

—¡Podéis entendernos! ¡Esto es una pesadilla! —La mujer se puso de rodillas, llorando—. ¡No somos una amenaza!

—Por supuesto que no, eso ya lo sabemos —gruñó Ton’O. Llevaba años sin hablar y la garganta empezaba a picarle—. Pero ¿por qué habéis llegado justo ahora? Estamos al borde de una guerra.

—Ha sido una desafortunada coincidencia, gran señor. —El hombre aún no había acertado a decir palabra y miraba asustado a su compañera mientras hablaba—. Estábamos buscando algo para comer y descendimos demasiado. Por favor, esto no volverá a suceder.

—Ton'O, ¿quién los encontró? —envió el coronel Sula.

—Una patrulla de la periferia. Estaban pescando, tratando de atrapar un delfín. —Volver a la telepatía de vez en cuando le permitía ordenar sus ideas y descansar sus cuerdas vocales vestigiales.

—¿Cómo? ¿Un delfín? ¿A eso se dedican en la superficie? ¿Ya no tienen nada que comer en su estercolero y quieren venir a destruir nuestros Fondos? —El coronel hizo una pausa. Miró fijamente a su comandante, cuyos ojos oscilaban entre la furia y la tristeza—. Esto ha durado suficiente. Les hemos defendido y hemos sacrificado a amigos y familiares por ellos. No merecen nuestra protección. Termina esto. Ya.

—Os creo, amigos. Queremos corregir este malentendido. Os invitaremos a cenar y os llevaremos a la superficie. Deberéis decirles que somos un pueblo de paz y que no queremos batallar —dijo Ton’O.

 Los humanos sonrieron y se abrazaron mientras se los llevaban en la burbuja.

 —¿Tenéis su barca? —preguntó el comandante a los escoltas.

—Sí, comandante.

—Llevadlos allí después de la cena y dejad que el resto de los humanos nos conozca. No quiero más problemas.

 El escolta sonrió, sus colmillos brillaron a la luz de los globos lunares.

 —¿Qué parte queréis, comandante?

 —Me gustan los riñones, pero acordaos de deshuesarlos antes de cocinarlos, estarán más blandos. No dañéis el esqueleto, quiero que la señal del barco sea definitiva.

 Al día siguiente, empezarían la batalla sin hambre.

 



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