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miércoles, 22 de junio de 2022

Las Truculentas - El resurgir de los alados VIII - Beyaz

Sobre fondo negro, se ve en blanco el perfil de una mujer. Donde estaría su ojo, pone el título: El resurgir de los alados, y junto al título una daga. En la parte inferior izquierda se ve un martín pescador salpicando el agua. Justo debajo de la barbilla del perfil aparece el texto latapadelbaul.es y #LasTruculentas

 

 

(Este es un relato escrito entre varias personas. Cada una ha trabajado una parte diferente, con su propio estilo, pero todas han contribuido a que sea un gran relato. Se irá publicando cada día un relato y, a final de mes, se publicará el relato completo. Se puede seguir la serie de relatos aquí: Truculentas)


En el punto en el que los dedos de Charlie tocaron el diamante se originó una explosión luminosa que nos cegó a los tres. Noté cómo la plebeya se encogía sobre sí misma para proteger sus ojos del resplandor e imaginé que mi hermano debía haber hecho lo mismo.

Yo, sin embargo, no podía apartar los ojos del diamante. Si Charlie había desatado la maldición, mi labor era contenerla. Para eso me habían educado en la familia Guardiana.

El brillante resplandor se extinguió y entonces pudimos contemplar el horror que encerraba ese broche maldito. De repente, no estábamos en esa habitación cochambrosa, sino en una cueva lúgubre y oscura. El rostro de Charlie y de la ladrona revelaban el desconcierto por ese inesperado cambio de escenario, pero yo sabía la verdad: no nos habíamos movido del sitio, solo era un truco, una ilusión mental para debilitar al oponente.

En el centro de lo que parecía una caverna redonda de techo abovedado, que quedaba fuera del alcance del ojo humano, se encontraba Beyaz, la Dama de Blanco. Tras siglos encerrada en una gema, debería estar furiosa. Sin embargo, su semblante permanecía inalterable y sus ojos, de un color gris que helaba el alma, no traslucían emoción alguna.

Sin embargo, yo sabía la verdad.

Beyaz intentaría liberarse de su encierro matando a sus carceleros, matándome a mí, y luego dominaría el mundo. Otra vez.

Solo yo podría detenerla, pero necesitaba la ayuda de Charlie y de la plebeya. Sobre todo de ella. No sabía quién era, pero no me cabía duda de que pertenecía a una familia de brujas. Ningún mortal habría podido debilitar el diamante tanto como para que el simple toque de mi hermano liberara la maldición.

Beyaz, que había permanecido inmóvil los breves segundos que había durado mi reflexión, dirigió sus fríos ojos grises hacia mí y elevó las manos. Del suelo rocoso de la irreal caverna se levantaron una decena de sombras informes, que se solidificaron en seres oscuros y sin rostro, pero sin ninguna duda armados.

—¡Contenedlos! —grité a mi hermano y a la desconocida—. Yo me encargaré de Ella.

Y como si formáramos parte de una macabra coreografía, las sombras se lanzaron contra sus oponentes mientras Beyaz y yo cruzábamos miradas fieras.

A Beyaz no se la combate con armas, eso lo sé desde pequeña, se la combate con la mente. Para eso me educaron, pero también me dejaron claro que era una lucha que consumiría todas mis energías, que podría llevarme a la muerte, incluso aunque la ganase.

Me concentré, encontré el poder de la tierra y lo canalicé a través de mi cuerpo. La onda de energía que cruzó el aire habría destrozado a un hombre adulto y fuerte, pero Beyaz apenas se inmutó. Me preparé para su contraataque, que no sería suave.

Mientras sentía la energía fluir hacia la Dama de Blanco, yo extraje parte de ella para solidificarla. Intenté construir un muro a mi alrededor que me protegiera de su ataque. Lo conseguí, pero parte de su poder escapó a mis defensas y recorrió todo mi cuerpo. Apenas pude contener las convulsiones de dolor, pero necesitaba seguir concentrada en Beyaz.

Durante lo que me pareció una eternidad, Beyaz y yo intercambiamos ataques mentales que me dejaron en un estado muy próximo a un desfallecimiento. A nuestro alrededor, había continuado la lucha de Charlie y la pelirroja contra las sombras, pero me había forzado a mí misma a sustraerme de ella. Solo yo podía detener aquello.

Tras varios ataques, defensas y contraataques, leí en los fríos ojos de Beyaz que se acercaba la ofensiva final, la que me mataría y la liberaría para siempre, dejando el mundo como su campo de juegos particular. Era el momento de pedir ayuda a la plebeya.

La busqué con la mirada intentando controlar la energía que absorbía la Dama de Blanco. Ella estaba luchando con una sombra a solo unos centímetros de mí. El resto de engendros había desaparecido, tenía que ser muy buena.

—Necesito tu ayuda —le grité. En ese momento odié no saber su nombre, habría sido mucho más poderosa así.

Con una última estocada, se deshizo de su sombra y se volvió hacia mí, el desconcierto en el rostro.

—¿Mi ayuda? —preguntó—. ¿Qué ayuda?

—Sé lo que eres —me limité a contestar, no había tiempo para más explicaciones. Sentía cada vez más cerca el ataque de Beyaz—. Limítate a darme la mano, ayúdame a canalizar la energía. Solo así acabaremos con ella.

Ella pareció dudar un segundo, pero debió darse cuenta de la gravedad del asunto y de la verdad de mis palabras. Se acercó a mí y cogió mi mano.

—Concéntrate.

No podíamos esperar el ataque, debíamos atacar nosotras, así que me concentré yo también. Extraje más poder del que había canalizado nunca. De no haber sido por esa desconocida, me habría consumido sin remedio.

Acumulé toda esa energía en un solo punto, a medio camino entre Beyaz y nosotras. La concentración de poder era tal que se hizo visible en forma de un pequeño punto de luz que crecía cada vez más.

Me permití por una fracción de segundo mirar a Beyaz y pude ver cierto miedo en sus ojos. Era buena señal.

Arranqué de la piedra todavía más poder. Sentí cómo la plebeya me apretaba la mano por el dolor que estaba empezando a sentir. El punto de luz creció hasta alcanzar el tamaño de una bala de cañón. Y entonces lo lancé.

Antes de poder darme cuenta, volvíamos a estar en la habitación mugrosa. Yo vi negro y caí al suelo. Ya no sentí nada más.


Este fragmento está escrito por Rocío Castellón, miembro de #LasTruculentas.

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