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lunes, 13 de junio de 2022

Las Truculentas - El resurgir de los alados IV - El cotilleo

Sobre fondo negro, se ve en blanco el perfil de una mujer. Donde estaría su ojo, pone el título: El resurgir de los alados, y junto al título una daga. En la parte inferior izquierda se ve un martín pescador salpicando el agua. Justo debajo de la barbilla del perfil aparece el texto latapadelbaul.es y #LasTruculentas

 

 

(Este es un relato escrito entre varias personas. Cada una ha trabajado una parte diferente, con su propio estilo, pero todas han contribuido a que sea un gran relato. Se irá publicando cada día un relato y, a final de mes, se publicará el relato completo. Se puede seguir la serie de relatos aquí: Truculentas)



 No me sorprendió comprobar que había vuelto a colarse en mi tienda, pero no dejaba de fascinarme la habilidad con la que apenas dejaba rastro de su presencia.

—Ah, este pajarillo inquieto, nunca se sabe cuándo va a aparecer, pero siempre trae bonitos presentes —me decía jugueteando con la pluma que siempre me dejaba.

Abrí la bolsa con la curiosidad habitual. Mi cabeza sabía ya a quién iba a colocarle cada objeto que sacaba: esta pulsera le gustará a la Juanita, que le gusta aparentar; este reloj para el Carmelo, que se hizo un traje con bolsillo como si eso disimulara la baja calidad de la tela.

En ese análisis y reparto de la mercancía estaba cuando algo se me clavó en la palma de la mano.

—¡Pero qué coj…! —El asombro ante lo que estaba viendo me cortó el grito. —¿Pero qué narices es esto? ¿En serio, Pajarillo? ¿Una baratija de alambre?

Miré con detenimiento lo que quiera que fuera eso, esa especie de bichito extraño hecho por un niño, de eso estaba seguro. De lo que no estaba seguro ni contento era de cómo habían podido colarle semejante juguete al pajarillo.

Unos golpes impacientes en la puerta hicieron que lanzara el cacharro al fondo del cajón de mi mesa y lo cerrara de golpe, como si así fuera a calmar mi frustración.

—¡Voy, ya voy! —grité a quien quiera que estuviera llamando.

—Vamos, señor Mercator, ¿cómo es que todavía está cerrado? —me soltó así, de buenas a primeras, en cuanto abrí la puerta.

—¿Cuál es la urgencia, señora Mara? —dije cediendo a los empujones poco delicados que me daba la mujer para abrirse paso.

—¿Es que tiene que haber una urgencia para que abra su negocio a la hora debida?

—Bueno, ¿y qué le trae por aquí? —Me negué a volver a discutir con doña Prisitas.

—Pues verá —dudó un momento, lanzó miradas aquí y allá asegurándose de que nadie podía oírla, como si no supiera que estábamos solos. Esa mujer tenía el don de acabar con mi paciencia—. Se comenta que, bueno, digamos que ha pasado algo en el baile de los Primados y, verá, yo me preguntaba si quizá usted…

—Muchos rodeos está dando, señora, y no sé si me termina de gustar lo que está insinuando. —La miré poniendo mi mejor cara de indignado—. Vamos, desembuche, ¿qué se comenta? —dije remarcando la última palabra.

—¡Oh, vamos, no se haga el sorprendido! Lo del baile… los robos… —bajó el volumen. Cotilla, pero discreta: era todo un personaje.

—Ah, ¿sí? ¿Y quién comenta eso? —No había secretos en el barrio.

—Toda Exclusión lo comenta, no me creo que no se haya enterado.

—Señora, yo me meto en mi casa y en la de nadie más. ¿Y qué tiene que ver ese cotilleo conmigo? —La situación empezaba a incomodarme de verdad. Que un golpe tan grande estuviera en boca de todos tan pronto no podía ser buena señal, y que esa señora estuviera hablándome de él de buena mañana, tampoco.

—Mire, señor Mercator, déjese de disimulos, todo el mundo en Exclusión sabe que usted mueve… digamos… mercancía de dudoso origen. Yo lo que quiero, es un algo para el cuello, ya sabe, una cadenita de esas finas que llevan las señoronas distinguidas. ¿Cómo las llaman?

—¿Una gargantilla? —¿En serio estaba pidiéndome una joya así, como por encargo y con toda la naturalidad del mundo? No me lo podía creer.

—¡Eso, una gargantilla!

—Señora Mara, esto es una tienda de telas, no una jo…

—Basta de tonterías. —Me interrumpió sin contemplaciones, y con cierto aire de satisfacción como quien sabe que tiene razón—. Mire, usted véndame una cosa de esas bien bonita que pueda lucir en la boda de mi sobrina la Lupe, ¿se acuerda de la Lupe? Pues se nos casa la niña, y quiero darle en el hocico a mi cuñada. Menuda arpía, siempre con esos aires de grandeza, ¡quién se creerá que es!

La situación se estaba volviendo más rara por momentos.


Este fragmento está escrito por Trying Mom, miembro de #LasTruculentas.

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