lunes, 2 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Mario Durán

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.



Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un niño llamado Mario. Ese niño vivió y creció pensando que la culpa de lo que le pasaba en el colegio era suya. ¿Cómo no iba a serlo, si le daba miedo que le pegaran? Siempre creyó que si no hubiera tenido miedo, no le habría pasado nada. Quizá esa es una de las cosas más perversas que tiene nuestra mente: culparnos a nosotros mismos por lo que hacen los demás.

    Mario tenía algunas características que lo hacían un poco diferente. Era alto, tenía gafas y era listo. Tres cosas que lo sacaban de la media y lo marcaban. Al principio solo se reían de él para hacerlo rabiar o lo elegían el último en los equipos aunque corría como el que más.
    
    Todo cambió en tercero o cuarto de EGB, es difícil acordarse ya. Había dos repetidores en la clase. No solo eran mayores, sino que eran malos. Y la mala suerte quiso que la tomaran con él. Empezó con rimas a su nombre, canciones, empujones... Burlas destinadas a destrozarlo. Y lo habrían conseguido si no hubiera tenido a unos amigos con los que tirar para adelante. Quizá en aquel momento no se dio cuenta, pero con el tiempo, con los años, vio que pudo salir de aquello gracias a ellos. A., F. y JM. fueron sus apoyos.
   
    Día tras día, las burlas, collejas, golpes en el patio, iban entrando en su cabeza como un taladro. No podía escapar porque, además, sacaba buenas notas casi sin querer. ¿Cómo no odiar al gafotas ojito derecho del profesor?

    El acoso se desplazó fuera del colegio. Mario iba a Judo y allí, casualmente, también iba uno de los graciosillos de la clase. No el más malo, pero sí un hijoputa listo. Lo suficiente para joderle también allí.
    
    ¿Qué hacían los profesores? Nada. Eran cosas de chiquillos. ¿Y los padres? Los padres de Mario sí sabían que era un problema, pero no parecía tan malo. Trataron de ayudarle. Defiéndete. No te enfades cuando se rían de ti o ríete con ellos. Quizá Mario no fue capaz de enseñarles la magnitud del problema, quizá ellos no fueron capaces de verlo. Quizá la vida habría sido de muchas formas diferentes, pero fue como fue.

    Al cabo del tiempo, la ira acumulada la empezó a soltar en casa con sus hermanos pequeños. Peleas, gritos... Lo que no se atrevía a hacer fuera, lo hacía en casa. No fue una buena época, pero después de un tiempo dejó de soltar la furia con ellos.

    Muchas veces su fama lo persiguió por la calle. Amigos de los repetidores lo encontraban, le impedían usar los campos de fútbol, se metían con él por la calle, o le daban algún que otro golpe porque parecía que los había mirado mal. Y él bajaba la cabeza. Era más alto que ellos pero se sentía más pequeño que ninguno.

    La frustración era muy dolorosa y se refugió en los libros. Los devoraba, uno detrás de otro, mundos de fantasía donde podía soñar ser otra persona, no tener miedo, ser el héroe.

    Cuando llegó el momento de dejar el colegio e ir al Instituto su mundo se iluminó. ¡Clases mezcladas! ¡No volvería a estar con sus abusones! Es difícil describir la felicidad con la que abrazó el comienzo de la nueva etapa. Hasta que encontró a uno de ellos en su clase.

    Uno que se empeñó en tratar de revivir todo lo que había pasado en el colegio, en el instituto. Burlas, tizas tiradas en mitad de la clase a su cabeza, a su espalda. Hasta que un día no pudo más y explotó. No fue algo meditado. No pensó: esto se tiene que acabar. No. Le dijo: ¡A la salida me esperas! Y luego pasó el día entero acojonado por lo que podría pasar a la salida.

    Al final solo fueron dos empujones. Aquello jamás debió suceder. Podría haber recibido una paliza. Podría haber acabado en el hospital. Quizá fue un golpe de suerte que apareciera el jardinero del parque justo en ese momento y los ahuyentara a todos. Fue la primera vez que se puso en pie y protestó y eso provocó un cambio. Ya no fue el patito feo del que todos se burlaban. Lo dejaron en paz. Y pudo por fin florecer y crecer hasta ser un cisne maravilloso.

     Nada de todo aquello fue culpa suya igual que no es culpa de una mujer llevar minifalda. La culpa siempre está en el agresor, pero eso es difícil de entender y asimilar. Muy difícil. Mario ha pasado toda su vida pensando que eso pasó porque tenía miedo de que le hicieran daño pero hasta este mismo momento no se ha dado cuenta de la irracionalidad de ese pensamiento.

    No hagas como él. No hagas como yo. No eres culpable de de nada.

    Repítelo mil veces y créetelo porque es cierto.

    NO TIENES LA CULPA DE NADA.



 

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