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jueves, 10 de marzo de 2022

Las Truculentas: Tras la puerta (VII) - La gata - Trying Mom




  (Este es un relato escrito entre varias personas. Cada una ha trabajado una parte diferente, con su propio estilo, pero todas han contribuido a que sea un gran relato. Se irá publicando cada día un relato y, a final de mes, se publicará el relato completo. Se puede seguir la serie de relatos aquí: Truculentas)



        —¿Estás ahí, preciosa? ¡Oh, vamos, puedo oírte, Victoria! Porque es así como te llamas, ¿verdad? ¡VICTORIA! —rugió golpeando la puerta.

        Otra vez esa voz que tanto la atemorizaba. La muchacha y la gata se miraron y, como adivinándose el pensamiento, corrieron hacia la nueva salida.

        Una vez bajo el arco, ambas frenaron en seco. La oscuridad al otro lado era casi absoluta y un fuerte viento les arrojaba arena sin piedad. Victoria se cubrió la cara con una mano y extendió la otra hacia delante despacio, temerosa, blandiendo el hacha como toda defensa, y la dejó de ver.

        Adelantó también un pie y confirmó que el suelo, a pesar de que su vista no alcanzaba a percibirlo, estaba ahí.

        La gata amusgó los ojos, alternando la mirada entre la muchacha y el vacío que se abría ante ellas. Empezó a recular pensando que aquella no era la mejor de las ideas, pero el ruido de la motosierra abriéndose paso las espoleó.

        —¡Vamos! —gritó Victoria animando a la gata, que saltó hacia la oscuridad detrás de ella.

        Corrían con paso indeciso, a velocidad inconstante, guiadas por el más puro instinto de supervivencia sin dejar de escuchar los sonidos de la motosierra y los gritos de aquel hombre. En un traspiés, por el propio acto reflejo de agarrarse a algo para no caer, soltó el hacha. Maldijo su torpeza de abandonar la única arma que había conseguido desde que entrara en ese horrible lugar.

        Tanteó con los pies el terreno en vano intento de localizarla entre toda esa negrura que las envolvía. No podía entretenerse más, así que se resignó a su suerte y siguió corriendo.

        No sabrían decir cuánto tiempo anduvieron así. Solo sabían dos cosas: la motosierra se oía más lejana, y tenían la sensación de llevar media vida ahí.

        En su carrera, la gata adelantó a la muchacha colándose entre sus piernas. Victoria tuvo que frotarse los ojos para comprobar que no la engañaban. Aminoró la marcha hasta detenerse, apartándose el pelo de la cara con manotazos poco delicados.

        —¿Qué haces? ¿Vuelves a comportarte como una niña estúpida? —le dijo el animal, que había percibido que Victoria se quedaba atrás.

        —Mírate; para un momento y mírate. —La gata frenó su marcha más dispuesta a atacar a esa muchacha que retrasaba su huida que a otra cosa.

        —¿Pero qué…? —Se interrumpió. No daba crédito. Sus ojos, menos felinos que nunca, observaron su pelaje.

        —¡Eres blanca! —Le confirmó con un grito apenas contenido—. Y no solo eso: hay luz en torno a ti. O sea, no es que seas una bombilla, pero te pareces bastante.

        Apenas podía contener la risa. De pronto se tensó. Una frase empezó a resonar en su cabeza: «Los nombres tienen un poder especial».

        —¿Cómo te llamas? Vamos, dime. —Echó un vistazo a su espalda. Estaban perdiendo tiempo y, aunque apenas oía la motosierra, no quería entretenerse demasiado—. ¿Cómo te llamas?¡Vamos, dilo!

        —¿Cómo me llamo? No sé… —dudó— ¡Yo no tengo nom…! ¡Blanca, creo que alguien me llamó Blanca una vez!

        —¡BLANCA! —bramó, apretando los ojos y los puños.

        Se hizo el silencio. Victoria no oía nada más que su respiración. Abrió lentamente un ojo y tuvo que cubrirse la cara con las manos. La claridad no era cegadora, pero sí incómoda después de tanta oscuridad.






Escrito por Trying Mom:


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