miércoles, 16 de marzo de 2022

Las Truculentas: Tras la puerta (X) - La puerta adecuada - Laura Morales Arguijo

Un pasillo medio en ruinas. A la derecha, puertas en una pared pintada que parecen contener pesadillas en su interior. En la parte inferior, el título: TRAS LA PUERTA Subtítulo: Una historia truculenta y escalofriante. Las Truculentas: Gloria,  Xandra, María, Elisabet, Sheila, Ana, Trying_mom, Rocío, Lady Marlo, Laura, Teresa



   (Este es un relato escrito entre varias personas. Cada una ha trabajado una parte diferente, con su propio estilo, pero todas han contribuido a que sea un gran relato. Se irá publicando cada día un relato y, a final de mes, se publicará el relato completo. Se puede seguir la serie de relatos aquí: Truculentas)


        Las dos mujeres tiraron la una de la otra con todas sus fuerzas, con cada fibra de sus cuerpos y con todo el empeño de sus voluntades puesto en escapar de allí. Una mano de Asier trató de detenerlas, pero el agarre no fue firme y no logró retenerlas.

        Atravesaron la puerta lanzadas, aterrizando en un enredo jadeante del que necesitaron unos momentos para desenredarse. Después, en un arrebato tan repentino como liberador, Blanca rompió a reír y Victoria se contagió, con carcajadas nerviosas que duraron hasta que se quedó sin aire.

        —¿Dónde estamos? —preguntó Victoria en cuanto pudo hablar, aún esforzándose en respirar a un ritmo normal.

        —¿Sinceramente? —Tras dejar de reír, Blanca se apartó varios mechones rubios que le caían sobre los ojos y se puso en pie con algo de dificultad—. No tengo ni idea. No hay nadie intentando matarnos, me conformo con eso.

        Se encontraban dentro de la casa, eso era lo único que Victoria tenía claro. Parecía un vestíbulo mal iluminado, amplio y de paredes frías, pero no recordaba haber pasado por allí o que alguna de sus versiones lo hubiera hecho. Se acordaría de la escalera central, enorme y cubierta por una alfombra granate que había visto días mejores. Se acercó para verla con más detalle. El pasamano olía a metal viejo y aún se veían unas pequeñas gotitas marrones que no habían limpiado bien. Todo aquello llevaba allí desde tiempos inmemoriales, y algo le decía que no era la única que había caído en la trampa de internarse en la casa.

        —¿Y ahora? —preguntó mirando hacia lo alto de las escaleras. Estas se curvaban hacia la izquierda y no se veía adónde llegaban.

        —Sigues haciendo preguntas estúpidas. Solo hay un camino. 

        —Ya no me fio de nada —se excusó Victoria, y siguió los pasos de Blanca escaleras arriba.

        —Y haces bien —respondió su compañera, quien avanzaba con decisión.

        Los peldaños continuaban sin tener fin. Tras subir al primer piso, se enroscaban hacia el otro lado y seguían subiendo. Curva tras curva, vuelta tras vuelta, seguían ascendiendo, y Victoria ya no sabía dónde estaban, ni tampoco intentaba saberlo. Había aprendido, bastante por las malas, que si la casa no le ofrecía alguna alternativa era porque no la había.

        La ascensión no había terminado cuando llegaron a la encrucijada que Victoria estaba esperando, aunque en su fuero interno deseaba no encontrarla nunca. Un pasillo estrecho, apenas suficiente para una persona.

        Pasó al lado de la exgata y se internó en él. Apenas había dado tres pasos cuando se topó con una puerta. Esta vez no dudó al extender la mano hacia el pomo, pero este no cedió en ninguno de sus intentos por abrirla.

        —Qué raro —dijo, aunque luego no respondió a las preguntas de Blanca.

        En el pasillo no había ventanas y hasta la puerta no llegaba casi nada de la luz que iluminaba la escalera. Por eso deslizó las manos por toda la superficie. Estaba muy fría y era lisa excepto por unos huecos que encontró bajo el pomo, en el lugar que sería para la cerradura.

        Se arrodilló para intentar verlo mejor. Deslizó despacio los dedos por allí y esos extraños símbolos que recordó haber visto en otras puertas dejaron de serlo para formar una única e inconfundible palabra: Blanca.

        —Aquí pone tu nombre —le dijo a la otra mujer, que estaba apoyada detrás de ella tratando de ver lo que veía ella.

        Cambiaron de posiciones para que Blanca pudiese comprobarlo por sí misma.

        —Es verdad —dijo sorprendida, y luego se incorporó.

        La puerta se abrió con docilidad en cuanto rozó el pomo.

        —Creo que es para mí. Solo para mí —añadió, aunque no hacía falta: Victoria también había llegado a esa conclusión—. Gracias. Por no dejarme atrás —especificó Blanca, y Victoria se encogió de hombros para no darle importancia—. No todas lo hubieran hecho.

        Las dos supieron que esa última frase era una certeza más que una suposición.

        —Tú también me has ayudado —dijo sin saber muy bien cómo actuar. Nunca se le habían dado bien las despedidas, pero quedarse en silencio le resultaba demasiado incómodo.

        Le dio la impresión de que Blanca iba a decir algo, pero esta terminó por menear la cabeza con los ojos brillantes. Después giró sobre sus talones y dio el primer paso hacia la puerta. Victoria se quedó esperando hasta que Blanca desapareció al otro lado. No había podido ver nada de lo que le esperaba allí, solo una impenetrable luz blanca que la cegó un poco, pero a juzgar por la sonrisa que puso Blanca cuando la abrió, no había sido así para ella.

        Se sintió más sola incluso que la primera vez que recorrió unos pasillos similares y a la vez muy distintos. La caminata no duró tanto, o al menos se le pasó mucho más rápido que antes. La siguiente puerta apareció de frente, en el final de las escaleras. Era muy parecida a la de Blanca, por eso lo supo antes de comprobarlo. 

        Era su puerta, la que llevaba grabado su nombre; la que reconoció su contacto y se abrió en cuanto tocó el pomo.



Escrito por Laura Morales Arguijo:

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