jueves, 3 de marzo de 2022

Las Truculentas: Tras la puerta (III) - La historia - por María Peláez García




(Este es un relato escrito entre varias personas. Cada una ha trabajado una parte diferente, con su propio estilo, pero todas han contribuido a que sea un gran relato. Se irá publicando cada día un relato y, a final de mes, se publicará el relato completo. Se puede seguir la serie de relatos aquí: Truculentas).


Trastabilló hacia atrás, intentando apartar la vista del cuerpo despedazado frente a ella. Era una mujer, o al menos, eso le pareció, pero estaba tan destrozada que era difícil asegurarlo. El hombre de la sierra reparó en ella y un chillido de terror se escapó de sus labios. No la siguió, ni siquiera se movió de su sitio. Tenía la cara salpicada por la sangre de su presa y notó que su estómago se encogía de miedo cuando una sonrisa macabra se dibujó en su rostro. 

Cerró la puerta de un portazo.

Tenía la respiración acelerada y el pánico la recorría por dentro. Tenía que salir de ese lugar. Haber escuchado a aquella gata había sido un error, pero no podía quedarse allí durante más tiempo. Tenía que volver a su casa y recuperar su vida, por más anodina que fuera. Si la alternativa era una mansión llena de habitaciones misteriosas, elegiría sin dudar su pequeño apartamento. Al menos allí sabía lo que iba a encontrarse al cruzar una puerta.

Cuando su respiración se calmó lo suficiente, giró sobre sus talones, dispuesta a buscar la salida de esa mansión. Pero la primera puerta que había cruzado, marcando así su destino, no estaba por ninguna parte. Por más que recorrió la casa, no encontró la gran entrada, solo más puertas iguales que no se atrevía a abrir. ¿Qué habría detrás de ellas? Aunque la curiosidad era grande, el miedo lo era todavía más, y se mantuvo alejada durante toda su expedición.

        Encontró, por fin, la sala del piano y el mueble que había estado justo frente a sus ojos en el momento de entrar a la mansión. Se derrumbó al ver la gran pared de piedra que ocupaba el lugar de la salida de esa pesadilla. Un sollozo se escapó de entre sus labios. Estaba atrapada; quizás para siempre. Había pecado de orgullosa y ahora iba a pagar el precio.

—¿Por qué lloras?

La voz de la gata, de la que casi se había olvidado, la devolvió a la realidad. No la había visto desde que había entrado a la mansión, y, por un momento, se preguntó si ella sabría cómo escapar de aquel lugar. Pero la mirada que le dedicó, casi más humana que animal, le dijo que, si tenía una respuesta, no iba a compartirla con ella. 

—Tengo que salir de aquí —probó igualmente. Estaba tan desesperada que no le importaba arrastrarse de aquella manera. Pero la gata ignoró su miedo por completo , paseándose frente a ella con toda la elegancia que se podía esperar de un animal de su clase.

—Dijiste que querías una vida nueva…

—¡Esto es una pesadilla! —exclamó, notando que las lágrimas volvían a acudir a sus ojos. Se las apartó sin delicadeza—. Acabo de ver a un hombre descuartizando a alguien con una sierra…

—No es lo único que has visto —le recordó la gata, atrapándola con sus ojos inteligentes—. También has visto música, sexo y muerte. Pero hay más cosas entre estas paredes…

—No quiero verlas —repuso ella—. No me interesan. Quiero volver atrás.

—Tomaste una decisión.

—¡No puedo quedarme aquí! —gritó, levantándose del suelo. El miedo empezaba a ser sustituido por la rabia, pero la gata pareció totalmente indiferente. 

—Esta casa cuenta una historia —le dijo, de nuevo paseándose a su alrededor—. Descúbrela y encontrarás la salida.

—Eso no tiene sentido.

—¿Estás hablando con una gata y ahora te quejas de que las cosas no tienen sentido? Un poco ingenuo de tu parte.

Las palabras se le atragantaron, sabiendo que la gata tenía razón. Tras unos segundos en silencio, por fin preguntó:

—¿Qué tengo qué hacer?

—Cada puerta es un episodio, un capítulo —explicó la gata—. Atraviésalas todas y descubre cuál es la historia. Y, quizás, así podrás evitar el final.

—¿Y qué pasa si no lo consigo? 

Nunca debería haberse fiado de ese animal. Lo supo en cuanto su rostro felino se transformó por completo en una sonrisa cruel. No sabía qué era ese ser, pero seguro que procedía del infierno. Igual que todo ese lugar.

—Entonces, me temo que acabarás pagando el precio. Por si todavía no te has dado cuenta, tú eres la protagonista. —Su sonrisa se hizo todavía más macabra—. Y, por lo que me has contado, ya has presenciado tu propia muerte.

Y, con esas últimas palabras, la gata atravesó la pared y ella volvió a quedarse sola.



Escrito por María Peláez García:


Ver PARTE IV

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