lunes, 7 de marzo de 2022

Las Truculentas: Tras la puerta (IV) - El hacha - Elisabet P. Montero

 


 (Este es un relato escrito entre varias personas. Cada una ha trabajado una parte diferente, con su propio estilo, pero todas han contribuido a que sea un gran relato. Se irá publicando cada día un relato y, a final de mes, se publicará el relato completo. Se puede seguir la serie de relatos aquí: Truculentas).


Gritó desgarrándose la garganta, soltando improperios; maldiciendo a la gata y a sí misma por haberse dejado embaucar de una forma tan estúpida. La idea de una vida nueva llena de posibles aventuras y lejos de la monotonía la había seducido.

        ¿Por qué decidió seguir al animal? ¿Por qué no huyó cuando lo escuchó hablar?

        «¿Por qué? ¿¡Por qué!? ¿¡POR QUÉ!?», se repitió una y otra vez.

        Sintió como si una mano le oprimiera el pecho, dejándola sin respiración, y cayó de rodillas.

       —Maldito bichejo —masculló con rabia—. Como vuelva a verte, te pienso arrancar los bigotes uno a uno.

       Intentó tranquilizarse. Cogió grandes bocanadas de aire para recuperar el aliento y, con esfuerzo, se puso en pie para mirar luego a su alrededor.

       Además de las infinitas puertas que se encontraban a izquierda y derecha, también había una gran escalera que daba acceso a los pisos superiores.

        —Supongo que en ellos también encontraré más y más puertas —dijo para sí.

       Sin pensar siquiera en lo que hacía, empezó a subir los escalones uno a uno hasta llegar arriba. No se equivocaba. No había ni una sola ventana por la que escapar. Solo puertas.

       Recorrió la estancia en silencio. Parecía que la mansión no tuviera fin. Daba vértigo y mareaba un poco que ni un solo hueco estuviera libre de aquellos accesos a lo desconocido.

    Las palabras de la gata volvieron a su memoria: «Cada puerta es un episodio, un capítulo. Atraviésalas todas y descubre cuál es la historia. Y, quizás, así podrás evitar el final».

        ¿Un episodio? ¿Evitar el final? Pero si las puertas no estaban relacionadas entre sí… ¿Verdad?

       Las estudió con mayor detenimiento. Todas eran diferentes: de madera, de metal, de cristal… Lisas, con dibujos simples o con tallas magníficas. Sin embargo, había algo en ellas que le llamó la atención: algunas puertas tenían extrañas marcas que no casaban con las ilustraciones que las acompañaban. Se preguntó si serían esas puertas las que tendría que atravesar para poder salir de allí y acabar con aquella pesadilla, o de lo contrario, serían las que debía evitar. Estuvo tentada de bajar y examinar las que ya había abierto para comprobar si también las tenían, pero cuando se acercó a las escaleras, vio que alguien las subía.

        —¿Dónde estás, preciosa? —dijo una voz grave que le heló la sangre en las venas —. ¿No quieres jugar y pasar un rato divertido?

       Cada fibra de su ser le dijo que huyera, que saliera corriendo, que tras cualquier puerta sería más segura que allí. Pero sus músculos no le respondieron. Se quedó allí plantada, paralizada del terror, oyendo cómo retumbaban los pasos que poco a poco iban subiendo los escalones y acercándose a ella. Cuando por fin llegaron arriba, el hombre se giró para mirarla con una sonrisa macabra dibujada en su rostro cubierto de sangre.

       —Qué amable por tu parte esperarme, querida —dijo en tono amable pero estremecedor—. Sin embargo, a la próxima, podrías bajar, ¿no crees? Aunque sea divertido perseguiros, suele resultar agotador. —Sonrió amenazador—. Ya me he ocupado de mi anterior… visita, pero creo que de ti también me puedo encargar. Sería muy descortés por mi parte no tratar como es debido a mi nueva invitada.

         Los ojos del hombre estaban fijos en ella cuando tiró de la cuerda de la motosierra. La mujer pudo oír el rugido de un pequeño motor en marcha y lo que le pareció el golpeteo de una cadena oxidada.

         El hombre se hizo oír por encima del ruido de su arma.

      —Te daré cinco segundos para que te acerques, si no quieres sufrir ningún daño. Luego iré a buscarte —dijo—. Uno… dos… ¡CINCO!

       El hombre echó a correr enarbolando su arma y ella no tuvo tiempo para pensar. Se acercó a la puerta más cercana, la atravesó y la cerró a su espalda.

         No pudo ver el símbolo que se iluminaba en la madera.

         No oyó el chasquido que bloqueaba cualquier salida o entrada.

         Lo que sí pudo sentir fue el filo de un hacha a escasos milímetros de su garganta.



Escrito por Elisabet P. Montero:



2 comentarios:

  1. Está genial me tiene enganchadisima, gracias

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  2. #LasTruculentas te lo agradecen de corazón. Pero ten cuidado al abrir la puerta, sobre todo si oyes ruidos raros...

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