(Este es un relato escrito entre varias personas. Cada una ha trabajado una parte diferente, con su propio estilo, pero todas han contribuido a que sea un gran relato. Se irá publicando cada día un relato y, a final de mes, se publicará el relato completo. Se puede seguir la serie de relatos aquí: Truculentas)
Unos pocos pasos y un vistazo rápido bastaron para reconocer a la perfección dónde estaba. Hacía años que había dejado esa casa atrás, y esa vida también. Los pelos se le pusieron de punta y todos los recuerdos cayeron sobre ella como una losa. Estaba en la habitación de su infancia. Se centró en la litera y, cuando vio que una pequeña forma la miraba desde arriba, su cuerpo entero se paralizó.
―¿Qué haces tú aquí? ―dijo la voz de arriba. Era Lura, su hermana mayor—. Te dije que durmieras en casa de tu amiga, hoy papá iba a…
El sonido de la motosierra se escuchaba más y más cerca cada vez.
—Venga, escóndete bajo la litera, ¡rápido! —susurró Lura intentando no llamar la atención.
Victoria hizo caso a lo que su hermana le pedía sin rechistar. La motosierra se acercaba, y ninguna de ellas podía detenerla. El corazón de Victoria comenzó a acelerarse, al igual que su respiración, y puso la mano sobre su boca para no emitir ningún sonido que alertara al hombre de su presencia. La motosierra dejó de escucharse; sin embargo, unos pasos fuertes y constantes ocuparon su lugar. Victoria oyó cómo esos pasos se acercaban más y más hasta que quedaron frente a ella. No sabía qué hacer, y permaneció en silencio, pero asomó un poco la cabeza por debajo del somier. El hombre no llevaba una motosierra, sino un cuchillo de largas dimensiones. Los ojos de Victoria se agrandaron y, cuando escuchó cómo el arma atravesaba el cuerpo de su hermana mayor, lo único que pudo hacer fue llorar en silencio. Los gritos agónicos de Lura se le clavaban como si ella misma estuviera siendo acuchillada.
Debería haber hecho caso a lo que ella le dijo, porque, de algún modo, sabía que esa noche sería la última. Permaneció en silencio hasta que el hombre se alejó de ella y se fue por el pasillo. Estremecida, salió de debajo de la litera y, con las manos temblorosas, se acercó al pomo de la puerta, dio unos cuantos pasos y la cerró.
—Te dije que sería un proceso duro para ti. Concédete unos segundos para volver y saber dónde estás.
Victoria abrió los ojos de golpe, mirando a todas partes, pero sin ser capaz de centrarse en nada. Estaba tumbada en medio de una habitación decorada con colores claros y varias plantas. A su lado, una mujer con un cuaderno entre las manos le sonreía.
—No-no-no entiendo, ¿qué acaba de pasar? ¿Dónde estoy?
—Estás en mi consulta, a salvo —dijo la mujer—. Victoria, acabas de rememorar el peor recuerdo que te atormentaba desde pequeña. No has podido avanzar con tu vida durante todo este tiempo porque tú misma te pegabas hachazos, impidiéndote seguir adelante. Ahora que sabemos la causa, podremos tomar medidas, ir a cursos, e incluso a rehabilitación…
Victoria dejó de escuchar esa voz que tanto le sonaba, pero que aún no era capaz de identificar. Miró una vez más a su alrededor y, cuando vio que un gato negro descansaba a los pies de la mujer, suspiró aliviada. Sin mediar palabra, se levantó de la cama y se acercó a la gata para acariciarla.
—He descubierto la historia. He vuelto a mi vida real —le susurró Victoria.
—Niña estúpida —contestó la gata.
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