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lunes, 21 de febrero de 2022

Una niña cualquiera (III y IV)

3


La Directora le recibe en un amplio despacho al que accede tras certificar su identidad mediante un escáner de ADN. Un ventanal rodea la habitación, desde la que se domina todo el complejo. Caín ve que se extiende durante kilómetros en todas direcciones y, en el centro de todo aquello, está él. Es una sala preparada para intimidar a los que acuden a las reuniones. Está haciendo muy bien su trabajo.

Cuando camina hacia el centro de la habitación, el escritorio desde el que trabaja la Directora se mueve hacia un lado. Ella se desliza hacia él a unos centímetros del suelo en su desplazador acorazado negro mate, una máquina de matar con tanta tecnología que las sillas de ruedas que todavía usa la mayor parte de la población se morirían del susto al verla. Armamento oculto, sensores de grafeno y centenares de otras características protegidas bajo capas y capas de investigación secreta.

—Hola, capitán, me alegro de conocerlo por fin —dice con una sonrisa. Alarga un brazo biónico y le estrecha la mano con fuerza—. Es usted el mejor recuperador que tenemos en SIERPE. Deberíamos habernos reunido antes, pero ha estado bastante ocupado trayendo activos. Hoy ha realizado otra intervención con éxito, ¡enhorabuena! Aunque parece usted algo preocupado.

—Han muerto cuatro personas de mi equipo, Directora. Mañana tendré que hablar con sus familias y no acabo de acostumbrarme a ello —miente Caín. Todavía tiene la cabeza hecha un lío y necesita tiempo para asimilar lo que ha visto.

—Por supuesto, lo entiendo. Venga, por favor. —Se dirige hacia una puerta camuflada en la pared que se abre al acercarse el vehículo—. He estado valorando sus capacidades y, a la vista de sus resultados y las necesidades futuras de la compañía, creo que debería asumir responsabilidades diferentes.

 Al otro lado, una cápsula dorada espera en un andén privado. El espacio es el justo para el acceso, sin adornos innecesarios. Sin embargo, el interior no tiene nada que ver con el estándar. Los sillones son cómodos, hay pantallas de conexión y hasta un minibar. La Directora le ofrece algo de beber desde su silla, con la que controla todos los elementos del habitáculo. De pronto, es consciente de que se están moviendo pese a que no ha notado la aceleración inicial.

—El mundo es un lugar inestable, capitán. Continuamente hay fuerzas que lo impulsan hacia algún precipicio y hay que sobreponerse a un nuevo apocalipsis. ¿Recuerda, hace veinte años, cuando el mundo estaba al borde de una catástrofe? La contaminación, el cambio climático, revoluciones… Todo parecía volverse en nuestra contra. Entonces aparecieron los energéticos, con la solución a todos nuestros problemas. Decían que podían ayudarnos. ¡Estupideces! Solo querían cambiar el equilibrio de poder del mundo. —Hace una pausa, airada, y lo mira unos segundos sin decir nada—. Provocaron la mayor guerra jamás conocida y, por primera vez, los humanos nos unimos con un propósito común: acabar con su revolución y establecer, sin ninguna duda, la supremacía de la tecnología sobre la simple magia.

 Por la ventanilla ve que se acercan a un agujero que parece una inmensa boca salida de una pesadilla, de la que apenas se ve el borde completo. Un suave brillo intenta escapar pero la sima es tan profunda que solo es un destello de lo que sea que hay al final. En ese momento se desliza una parte del techo hacia un lado y decenas de contenedores caen hacia el fondo.

—Con la firma del armisticio, los energéticos acordaron vivir en paz en una parte de la Tierra. Y lo hicieron, durante cinco años. Fue entonces cuando encontramos la solución a los problemas del planeta. Uno de nuestros equipos consiguió desarrollar la apertura de un portal a otro punto del espacio. Lanzamos una nave que soltó muy cerca del sol un conjunto de bots receptores de energía, preparados para crear un vórtice. Entonces, abrimos la puerta desde nuestro laboratorio durante un instante. Aprendimos mucho en aquel segundo.

Caín se da cuenta de que son las cargas de los vagones que ha visto llegar al edificio por las vías de tren. ¿Por qué tiran aquí su contenido? Por muy grande que sea el agujero, en algún momento se llenará. ¿Esto era todo el secreto? ¿Un basurero?

—La mitad de las instalaciones explotaron cuando una llamarada solar atravesó el portal. Tardamos casi tres años en recuperarnos, pero fuimos capaces de rediseñar el sistema para convertirlo en unidireccional hacia el sol. Pero aún teníamos un problema mayor. La energía necesaria para mantener la conexión abierta era la equivalente a un centenar de bombas atómicas. ¿Cómo podríamos conseguirla?

La cápsula ha ido bajando y ha llegado al fondo. Descienden del vehículo y ven lo que hay en el fondo del agujero. Un triángulo de energía funciona de forma permanente en el centro, Caín siente su potencia. Ve cómo desaparece a través del vórtice el cargamento del siguiente tren. 

Una diminuta serpiente de miedo empieza a trepar por su tobillo y a subirle por su pierna. ¿Con qué generan esa enorme cantidad de energía? La serpiente va creciendo y nota cómo se le enrosca en la cintura. Quizá la pregunta no es ¿qué? sino ¿quién? La certeza se abre camino por su mente mientras la serpiente lo atenaza por la nuca.

Ve lo que hay en cada uno de los vértices del triángulo. Una especie de camilla con cables por todas partes. Cables que salen del cuerpo de una persona con los ojos cerrados y una expresión cansada en el rostro. Cables luminosos que conectan con un aparato sobre cada camilla, donde se genera el portal.

—La respuesta la teníamos ante nuestras narices. Así que la aprovechamos. Con esto hemos librado al mundo de los desechos nucleares, de gente muy peligrosa y erradicado la contaminación por emisiones de gases en todos los continentes. Hemos salvado la Tierra y nuestras finanzas están mejor que nunca. Solo necesitamos tener controlada nuestra fuente de energía. Y ahí entra usted, capitán —dice la Directora. Han llegado junto a una de las camillas y acaricia con ternura a la mujer que está tendida.

—¿Yo? ¿Cómo? Solo soy un recuperador.

—El mejor de todos. Hace unos años hubo una fuga de energéticos y usted ha sido el que mejores resultados ha obtenido de toda la división de recuperadores que creamos entonces. Un escape así no puede volver a repetirse. Tenemos muchos proyectos entre manos, aquí y en el resto de complejos de SIERPE. Quiero que sea usted el Responsable de Gestión de Activos. Supervisará todos los procedimientos para asegurar las instalaciones. Tendrá un presupuesto ilimitado para que usted obtenga los mejores resultados. 

—Me siento… Me siento honrado, Directora. No esperaba algo así —dice Caín. La cabeza le da vueltas. Siente que la serpiente se lo ha tragado y lo ha escupido con asco. Se rasca la oreja pero no consigue frenar el picor—. ¿Me permite pensármelo un instante? Creo que necesito refrescarme, ha sido tan repentino que…

—¡Por supuesto! Entiendo que es un cambio radical y puede estar abrumado. Tiene un acceso al fondo, por la puerta roja. Pero no tarde, tiene mucho que aprender hoy.

Caín camina despacio. Tiene que forzar todos sus músculos para no salir corriendo como le dice su instinto, pero al final consigue llegar a la puerta. Entra y apaga las cámaras del baño con un código de seguridad que le dio, mucho tiempo atrás, un compañero del equipo técnico. «Así puedes tener un poco de privacidad cuando tienes ciertas necesidades, colega», le había dicho en aquel momento.

Va hacia un inodoro y no puede contenerse más. Cae de rodillas y tira tres conchas al suelo mientras vomita con fuerza. Todo su cuerpo tiembla y no puede controlarlo. Vuelve a vomitar y siente algo dentro que necesita expulsar de su cuerpo, de su mente, de su ser. Toda su vida ha tratado de vivir de acuerdo con unos principios. Puede que haya cazado energéticos, pero jamás los ha tratado mal, golpeado o torturado.

Ahora, todo su edificio moral está desmoronándose. Piso tras piso van aplastando su alma, que parece huir de él, avergonzada. La cabeza le da vueltas, cae sentado al suelo sin poder sostenerse y se arrastra hacia la pared. Él los ha traído. No hay nadie sobre el que descargar las culpas, no hay un chivo expiatorio. Todo lo ha hecho él. Ha reconocido a la chica de la camilla, la trajo de vuelta hace menos de un mes y ya está encadenada a esa máquina. 

Pensaba que era un héroe, que estaba deteniendo terroristas, evitando matanzas y salvando gente. La vida se ríe de él, llora con él, grita con él. Ha matado a sus hombres, y todo para nada. ¿Qué haces cuando descubres que eres uno de los villanos? ¿Que estás en el bando equivocado?

Le cuesta razonar pero también sabe que alguien entrará a por él si no sale enseguida. Se levanta como puede, un cuerpo vacío de objetivos, de sentimientos, de amor. Se refresca y respira hondo.

Sale por la puerta caminando tranquilo, un autómata en un saco de carne, una sonrisa tatuada en la cara con jirones de recuerdos de los caídos. 

El escozor de la oreja vuelve con fuerza.




4


CLANC. CLANC. CLANC.


La puerta blindada suena con los golpes de lo inevitable. Se desplaza hacia un lado y, en la puerta, un soldado con uniforme completo observa a Isabel, sentada en aquello que quieren hacer pasar por una cama, con el cabello rubio ocultando su cara. Se levanta con la lentitud de quien conoce su destino y camina hacia la puerta. El hombre la agarra por un brazo, le coloca las esposas de contención y la lleva por los pasillos del inmenso complejo. Mira el reloj y tira un poco más de ella, no van a cumplir el horario y eso no es bueno.

Llegan a una zona con un escáner de mano. Tras un instante, se abre una parte de la pared cuando es identificado de forma positiva.

—Diga, alto y claro, su frase de identificación, por favor —truena el sistema de reconocimiento. 

—«Los débiles deben ser protegidos de los poderosos» —gruñe el soldado.

—¿Caín?

Caín aprieta fuerte el brazo de Isabel para que no siga hablando. Unos metros después de la puerta se detienen unos segundos, suficiente para quitarle las esposas.

—Debes hacerme caso, tenemos muy poco tiempo. Descubrirán que has salido quince minutos antes de tu hora y todo el complejo acudirá en tu busca —susurra Caín, veloz.

—Pero ¿por qué haces esto?

—Vi tu expediente y no me gustó mi reflejo. Atiende, porque no te lo diré otra vez. Pasaremos por la sala del vórtice. Al fondo hay un acceso de color rojo que estará bloqueado. Debes destruirlo y seguir el pasillo hasta el final. Encontrarás varias puertas cerradas. No dejes que te detengan, solo sigue recto. Tardarás un rato pero es un pasillo ascendente de mantenimiento.

—¿Tú no vendrás conmigo?

—No. Me quedaré para destruir el portal.

No hay nada más que decir, así que siguen adelante lo más rápido posible, tratando de no levantar sospechas en los monitores de vigilancia. Varios controles más allá llegan a la inmensa sala del vórtice en la que, una semana antes, Caín decidió destruir todo por lo que había luchado en su vida. No puede ser una simple fuga, eso no cambiaría nada: otro recuperador la traería de vuelta. Debe acabar con esa máquina de tortura que absorbe la vida de los energéticos. No son fuentes de energía, son seres humanos. La humanidad tendrá que encontrar otra forma de sobrevivir.

De pronto, empieza a sonar una alarma que destroza los oídos de los que no llevan casco protector. Las luces parpadean, rojo y azul, y los técnicos de la sala se miran confundidos y con las manos en los oídos. Las puertas se cierran con violencia y un gran portón aparece en una pared por la que empiezan a llegar unidades de élite de SIERPE.

Isabel corre hacia la puerta roja, algo desorientada por el zumbido, y la derriba con una enorme bola de fuego que funde parte de la pared. El calor inunda la sala y hace que se fundan varios circuitos de la máquina. El portal deja de ser estable y se apaga.

Caín mira hacia la puerta humeante y alcanza a ver cómo ella se gira y le agradece la oportunidad con un gesto. No va a ser responsable de la muerte de Isabel, esta vez su destino lo dirige él. Levanta el arma de impulsos que lleva colgado y dispara contra sus compañeros, amigos con los que ha entrenado, compartido bromas, alegrías y tristezas durante tantos años. Cada disparo es una losa en su corazón.

Lanza una granada de plasma hacia el lugar por el que ha huido la energética para sellarlo durante un tiempo y otra hacia un grupo que se ha aproximado demasiado. Los ha entrenado bien, se protegen con sus campos de fuerza de la explosión. Justo lo que quería, necesita esos segundos para disparar contra la máquina que absorbe la vida de los energéticos que él ha condenado.

Un intenso dolor se clava en su cabeza como un taladro cuando su brazo explota en llamas después de un impacto. Grita pero eso no lo detiene. Sigue disparando con el otro hasta que también desaparece por debajo del codo. No se desangra, el plasma cauteriza al contacto, pero el sufrimiento se retuerce en su interior con espinas que se clavan por todos sus nervios. Cae de rodillas y luego al suelo, boca arriba.

La chica ha conseguido escapar. Eso es lo que importa. No sabe lo que harán con él, pero da igual. Ha podido hacer algo bien, por fin. Respira con dificultad y ve cómo se acerca un vehículo oscuro. La Directora lo mira con odio desde arriba.

Un instante antes del impacto, descubre que la oreja no le molesta desde que abrió la puerta de Isabel y siente que eso está bien. Hace una mueca que parece una sonrisa. Por fin, Caín está en paz.

Un láser atraviesa su cerebro a través de su ojo derecho y lo último que siente es una llama purificadora.

Después, ya no hay nada.

Oscuridad.

Olvido.

Paz.

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