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lunes, 14 de febrero de 2022

Una niña cualquiera (I)


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Caín se refugia detrás del contenedor un instante antes de que la bola de fuego impacte contra él. La onda lo impulsa hacia atrás un metro y choca con la pared. Se levanta aturdido por el golpe, con los oídos embotados. No parece tener nada roto gracias al refuerzo del uniforme. Se asoma por detrás del parapeto.

El asfalto humea en una larga hendidura, una profunda herida cauterizada en el suelo en la que los bordes se han fundido. El olor a quemado, acre, duro, esparce sus largos dedos por toda la calle. Un par de hogueras aún arden junto a farolas que se han doblado por el calor extremo. A unos cincuenta metros, una figura camina con decisión hacia él con ojos encendidos de furia y determinación.

Lleva diez años en aquel trabajo y es uno de los mejores recuperadores de SIERPE. Ha detenido a 27 terroristas energéticos y cada uno ha supuesto un desafío diferente. Como su capitán, Caín ha preparado los entrenamientos para casi cualquier cosa que pudieran arrojarles. Son los equipos de asalto mejor preparados del planeta. Y, sin embargo, cada intervención ha acabado con algún compañero muerto que no volvió en el helicóptero de regreso. 

Hoy no había sido diferente. La chica acabó con tres recuperadores y un miembro del equipo técnico en un instante. La rapidez con la que reaccionó lo sorprendió incluso a él. Debió de sentir que la seguían y, antes de dar la voz de alarma, alzó un muro de fuego que abrasó al equipo cuando aún no había terminado de tomar posiciones. El olor a carne quemada lo alcanzó de pronto, un puñetazo en el estómago, mientras disparaba con su Atkins. Aunque la munición no era letal, las cargas energéticas eran equivalentes al impacto de un rayo, pero ella no pareció sentir ningún dolor. Dirigió entonces su mirada hacia él. Jamás había visto tanto odio en unos ojos y, cuando brillaron con un tono anaranjado, corrió por su vida hacia un contenedor cercano.

Con el oído ya recuperado, distingue el rumor lejano de sirenas que avisan de la emergencia. Otros equipos habrán acordonado la zona y sacado a los civiles del área. Deben de estar a punto de intervenir, pero este era su equipo y la asesina los ha calcinado. Agarra un trozo de asfalto que ha saltado durante la lucha, sale al descubierto y comienza a correr hacia ella. Un chorro de infierno se lanza contra Caín, que rueda hacia un lado de forma instintiva para esquivarlo. La adrenalina del momento hace que no se dé cuenta de que le ha abrasado una oreja. El dolor es secundario.

Se levanta como un resorte y sigue corriendo. Solo los separan veinte metros y la chica alza los brazos al cielo. Es el momento.

—¡Cogedla ahora! —grita hacia un punto situado tras ella.

La chica se gira, sorprendida, para arrasar a los que se acercan por detrás... Pero no hay nada. De pronto, un fuerte golpe en la cabeza hace que pierda la concentración. Se marea y cae de rodillas mientras un hilo de sangre tiñe de rojo su cabello rubio. Antes de que pueda saber lo que está pasando, el recuperador está junto a ella. Le sujeta un brazo y se lo retuerce en la espalda. Ella aúlla de dolor mientras cae al suelo, junto a la roca que ha chocado con su cabeza. Caín pone una rodilla en su espalda y le agarra el otro brazo. Un instante después tiene puestas las esposas de contención de energía, pero sabe que no es suficiente. Es precavido y le pone un collar de castigo. Está diseñado para activarse al detectar la acumulación de energía necesaria para lanzar un ataque: ondas sónicas de baja frecuencia la harían retorcerse y vomitar de forma incontrolada.

La levanta y la dirige rápido hacia el vehículo de asalto. No hay necesidad de violencia. Ella puede ser una terrorista pero él no es un salvaje ni un cazarrecompensas cualquiera. Es un recuperador.

La chica se deja conducir, ha perdido el ánimo de batallar. Camina con los ojos vacíos, rendidos. Pasan junto a los cuerpos calcinados de sus compañeros y entonces nota que ella intenta detenerse. Hay cinco cuerpos, no cuatro. En el extremo de la hendidura un bulto negro, más pequeño, se encuentra junto a un patinete rosa que no ha ardido del todo. Ella tira, primero con calma y, cuando ve que no la deja llegar hasta allí, con furia. Comienza a llorar.

—¡NO! No, no, no… ¡Esto no tenía que pasar! ¿Por qué? —Su cuerpo tiembla con los sollozos—. La he… La he matado.

Las lágrimas se derraman como un torrente mientras su voz baja y se convierte en un susurro. Es una niña cualquiera, de una calle cualquiera. Es doloroso, siempre que hay pérdidas civiles lo es, pero no entiende a la chica. Ha matado a cientos de personas, hombres, mujeres y niños. ¿Por qué esta cría era diferente del resto de sus víctimas? La oreja quemada se despierta al arrastrarla al todoterreno y se la rasca de forma inconsciente.

Al otro lado de un edificio gris que no ha sido afectado se encuentra el helicóptero de la compañía. Armado con misiles AGM y varias ametralladoras de proyectiles energéticos, no es más que el básico de transporte. Un piloto, cuatro recuperadores y un técnico es la unidad estándar de intervención. Hoy solo volverán el piloto, Caín y la terrorista. La puerta se abre hacia abajo cuando se acercan, arroja a la chica al interior y le ordena que se siente. Todavía con temblores, ella accede, sin resistencia. Ya no protestará ni tratará de escapar. Si ha habido algo común en casi todas sus detenciones es que la rendición es total. Se vuelven pasivos y aceptan lo inevitable.

—Has matado a cuatro personas de mi equipo —dice él, mirándola a los ojos. Ella continúa con la vista fija en el suelo—. Has asesinado a mucha gente pero donde vas ya no podrás provocar más daño.

La chica alza la vista un instante y sonríe. Es una sonrisa triste, mucho más madura de lo que corresponde con la edad que tiene.

—Qué decepción, Caín. Tantos años cazándonos y aún no sabes por qué.

—¿Cómo sabes mi nombre? —El helicóptero comienza a ascender y debe alzar la voz. La oreja le vuelve a picar.

—Todos sabemos quién eres. La cuestión es: ¿lo sabes tú?

—¿Por qué has llorado con esa niña? Has destruido colegios enteros. ¿Por qué, después de tantos muertos a tus espaldas, sufres por ella? ¿La conocías? ¿Qué significaba para ti?

Una lágrima solitaria traza su camino por las mejillas sucias y arrastra su dolor hasta que desaparece por el cuello. Ella gira la cara y permanece mirando por la ventanilla.  El helicóptero toma altura y se aleja veloz hacia la incertidumbre, mientras todo aquello que la chica ha conocido desaparece.


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