(Publicado por Droids and Druids en el número 2 de su revista. Aquí tenéis el enlace al audiolibro.
Este relato también participa en los Premios Droide y Druida 2022. Puedes votar por el relato hasta el 16 de enero en este formulario)
Hambre. Un hambre infinita, necesidad. No existía otra cosa en el mundo salvo el hambre. Trató de expandirse pero era pequeño, muy pequeño. Casi no podía moverse pero se retorcía de hambre. Tras una espera infinita (pues cuando no hay noción del paso del tiempo, cualquier espera es infinita) notó algo. Una sensación diferente, distinta del hambre. Sintió cercanía. Proximidad. Y hambre.
Volvió a extenderse al máximo y desplegó unos apéndices que no sabía que tenía. Casi rozaba esa cosa pero no llegaba… Aún sin saber lo que estaba haciendo, se desplazó haciendo uso de los miembros que no estaban cerca de «la cosa» hasta que consiguió tocarla. En ese momento una delgada lengua se desplegó y rodeó despacio el extremo de aquello. Una pequeña descarga le recorrió y por primera vez sintió una saciedad temporal placentera.
Más grande. No era aún consciente de sí mismo, pero sí podía apreciar un cambio en su cuerpo. Había crecido, habían aumentado sus apéndices y tenía más sensaciones. Había «no hambre» y «no cerca» y algo más. No sabía qué era, así que no se preocupó demasiado.
De nuevo esa molesta sensación de que le faltaban nutrientes. Su sentido de «no cerca» detectó que había múltiples objetos a su alrededor y extendió todas sus extremidades al máximo para poder atraparlos.
David apagó la televisión. Se le había hecho un poco tarde, cierto, pero no era culpa suya. ¿Quién ponía los horarios de las películas? Debía de ser un sádico. Casi las dos de la mañana y al día siguiente tenía que ir a una reunión importante. Se desperezó y fue hacia su cuarto. Tampoco es que tuviera mucho camino que andar en su piso de cuarenta metros, las habitaciones en realidad eran un salón grande partido con pladur. No había espacio para muchas cosas y no solía llevar gente allí. Antes de meterse en la cama echó un vistazo a la cocina. No había tirado la basura y una pequeña colina de platos sucios ocupaba el poco espacio disponible alrededor de la pila. No se iba a poner ahora a lavar eso, ya lo haría al día siguiente.
Mientras se metía en la cama se sacudió los pies de algunas pelusas que se le habían pegado. ¡Por dios, si solo hacía dos semanas que había barrido el piso! ¿Ya estaba otra vez sucio? Una hora entera que estuvo limpiando para nada, por lo visto. Había dejado el piso como los chorros del oro, salvo el váter, que le daba mucho asco. Y la ropa, que lavaba de vez en cuando pero no sabía planchar. Y un par de sartenes, que tenían cosas pegadas y después de tanto trabajo no tenía ánimos para rascar. Y… Bueno, igual no la había dejado tan limpia después de todo, pero al menos algo mejor estaba. Y había quitado esa cosa pegajosa del suelo que tanto le había molestado ver al pasar durante las últimas semanas.
Se arropó y se durmió casi al momento, pensando en la reunión del día siguiente. Esa sería su gran oportunidad, así podría ascender y salir de ese estercolero. Sí, sería un gran día.
Había crecido y alimentarse ya no era tan difícil. Tenía cientos de tentáculos que podía mover en cualquier dirección y atrapar cualquier elemento nutritivo que hubiese cerca. Pero en ese momento no se movía, aun sintiendo el aguijoneo del hambre. Por fin había podido identificar la nueva sensación: la «no luz». Era extraño, sentía una especie de calidez que acabó por convertirse en una luz arrolladora que lo cegaba, no podía moverse, sus apéndices se retorcían de dolor y… y, entonces, se percató de que era capaz de cambiar la forma en la que percibía esa «luz» en las antenas que recubrían todo su cuerpo. No volvió a la «no luz» completa, sino que pudo sentir elementos más oscuros y claros. Le costó al menos dos ciclos de hambre darse cuenta de que los elementos oscuros en realidad eran nutrientes que se ponían delante de la luz.
Siguió haciéndose más grande cuanto más se alimentaba. La sensación de hambre nunca desaparecía del todo aunque… ¿QUÉ ES ESO? ¿QUÉ ERA AQUELLO QUE TENÍA JUNTO A UNO DE SUS MIEMBROS? ¿POR QUÉ ESE NUTRIENTE SE MOVÍA?
Tocó con cuidado lo que tenía delante. Era un nutriente, estaba claro, todo eran nutrientes. El mundo estaba hecho para alimentarlo. Era una verdad que ni se planteaba. Él comía, el mundo lo alimentaba. Cuando lo bastante grande, se comería al mundo, fuera lo que fuese eso, y el hambre por fin acabaría. Pero esto… Esto era diferente. Se movía despacio, tanteando el ambiente. Lo asimiló rápido y por fin el hambre se sació. Volvería, pero ahora había una tranquilidad diferente. Una corriente de energía lo recorrió desde el primer apéndice hasta el último y se sintió poderoso por un momento.
¿Momento? ¿Eso qué era? Notó… Notó que la espera ya no era infinita. Algo crucial había sucedido al alimentarse de ese último nutriente. ¿Era especial? No lo sabía, pero por fin era consciente del tiempo y eso… Oh, eso le gustaba.
El portazo resonó en el pasillo del edificio y estuvo a punto de tirar al suelo un plafón del descascarillado techo. Se levantó una nube de polvo en el descansillo mientras David, al otro lado de la puerta, apoyaba la espalda contra esta y trataba de respirar despacio. La adrenalina todavía le recorría el cuerpo y estaba furioso. ¿Cómo se había atrevido? El muy hipócrita… Le temblaban las manos y cerró la derecha en un puño que golpeó contra la pared. No se hizo mucho daño y dejó la marca pero no fue consciente de ello. Aún no podía entender cómo se había ido todo al garete tan rápido.
—¿Mi imagen? ¿Que no cuido mi imagen? Pero, ¿cómo se le ocurre a ese perro sarnoso? ¡Voy con mi mejor traje y he estado arreglándome como nunca! —los gritos resonaban por el piso sin cortinas, era seguro que el vecino de al lado estaba escuchando, pero no podía contenerse—. ¡No puedo permitirme ir a la peluquería todos los meses como esos pijos! ¿Es que no lo entienden? ¡Joder!
Mientras vociferaba empezó a rascar de forma inconsciente una costra que tenía en el cuello. Ni en sus peores pesadillas podía haber adivinado la dirección que tomaría la reunión con su jefe. En su imaginación se había visto dirigiendo el departamento, con gente a su cargo, como correspondía a su antigüedad, con otra casa y no ese cuchitril… ¡Y lo había humillado de principio a fin! Seguro que después había ido a reírse de él con el resto, esa panda de malnacidos… Avanzó a trompicones hacia la cocina, abrió un armario, cogió un paquete de magdalenas y se fue al dormitorio, a devorarlas sobre la cama. Se quedó dormido vestido, abrazado al paquete y rodeado de papeles y plásticos llenos de migas, encima, debajo y por el suelo.
Habían transcurrido diez ciclos de hambre. Pero la espera no era infinita y podía… tratar de agarrar los nutrientes que correteaban a su alrededor. Sigiloso, amplió sus tentáculos y esperó hasta que acabaron cayendo todos y no escapó ningún nutriente del lazo mortal que había preparado. Oh, el hambre estaba contento, este ciclo sería más largo. Había… ¿Planeado? ¿Podía planear? Ahora ya no solo había momento. Había «antes», cuando era pequeño, y habría «después» cuando volviera a tener hambre. Pronto tendría que salir a explorar el territorio, ocupaba casi todo el espacio disponible de la «no luz» en la que estaba. ¿Qué nutrientes habría? Le temblaron los tentáculos al darse cuenta de que habría infinitos nutrientes esperándolo ahí fuera. Todo un mundo que devorar.
David se levantó con dolor de espalda y de cabeza, con un papel de magdalena pegado a la cara. Fue al baño, encendió la luz y se miró al espejo. Y se vio. Era un fracasado, un don nadie que vivía como un cerdo. Tenía que acabar con aquel círculo vicioso, como fuera. Cogió el móvil y, mientras se comía la última magdalena y esparcía el resto de las migas por el suelo, llamó a su madre. Por suerte no tuvo que suplicar nada, ella estaría encantada de ir al día siguiente a su piso, ayudarle a recoger y acogerle en su casa el tiempo que hiciera falta. ¿Lo iba a dejar muy sucio? ¿El qué? El piso. Ah, pues… Sí, un poco. No había problema, ella llevaría todo lo necesario para hacer una limpieza a fondo para que no perdiera la fianza. Besos.
Cuando colgó se sintió tranquilo por primera vez en mucho tiempo. Al menos tenía un lugar al que ir. No era su casa, pero con su madre siempre había hecho lo que había querido así que, al fin y al cabo, era casi como estar en un hotel, pero sin pagar. Por fin las cosas iban a mejorar. Saldría de aquel sitio y encontraría un trabajo decente. Mientras pensaba esto se dio cuenta de que, en realidad, aún quedaba una magdalena que se había deslizado por la colcha y había rodado hasta quedar debajo de la cama. No podía dejar a la pobre allí, sin sus amigas. Se sentiría sola. Mejor que las acompañara en su barriga.
Se acercó y se arrodilló. No llegaba a cogerla así que acabó por estirar el brazo todo lo que podía para intentar agarrarla. Rozó el plástico con la punta de los dedos. Un poco más allá… Eso. Ahí estaba. ¿O no? Sintió un roce leve en el dedo meñique, unas cosquillas. Lo encogió y lo volvió a estirar y sintió las cosquillas de nuevo pero en la palma de la mano. La movió buscando la magdalena y la agarró para sacarla de allí pero notó cierta resistencia, como si se hubiera quedado pegada a algo. Tiró más fuerte y entones lo oyó. Entre las cosquillas de los dedos y sus esfuerzos, un sonido extraño, lejano primero, más cerca cada vez. Un ruido de arrastre, más fuerte, más próximo hasta que de pronto el sonido se detuvo. Un instante. Luego sintió algo húmedo en la mano.
—¡Ya estoy aquí, cariño! ¿Te parece si empiezo a limpiar? ¿Me oyes? Debe de haber salido. Bueno, vamos a empezar, que seguro que vendrá en un rato. A ver, la… ¡Dios Santo! ¡La Virgen, María y José! ¿Pero qué es esto? ¿Cómo puede estar así la cocina? Esto… Y, ¿el salón? ¡Ay, Dios que me da algo! ¡Este hijo mío es un cerdo! ¡Y todo por culpa de su padre, que no limpió un cubierto en su vida! A ver, vamos a ver el cuarto. Digo yo que, al menos, el sitio en el que duerme estará… ¡Válgame, Dios! ¿Pero cómo puede haber tantísima porquería? Ahora mismo vamos a aspirar, no aguanto ni un minuto más con esto aquí. Tanta porquería y tanta tontería. Y mira, debajo de la cama… ¡Jamás había visto algo así! ¡Parece el país de las pelusas! Si es que se lo tengo dicho, algún día las pelusas te van a comer…
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